Recientemente, con el anuncio de Chávez de expropiar a conjuntos residenciales y urbanismos que no han sido entregados a sus compradores a pesar de haberse cumplido el plazo para ello convenido con las constructoras, se revela una vez más y de forma patética la “disociación” de una parte de la clase media que parece indiferente a sus propias necesidades y por tanto indolente con el dolor ajeno. El odio a Chávez y a todo lo que huela a chavismo se ha convertido en obsesión para ciertos grupos sociales, lamentablemente ya nada “escuálidos”: en las últimas elecciones regionales del 26 de septiembre, los opositores a Chávez recogieron 5.268.939 votos, contados por la única circunscripción nacional que se votó entonces, que fue el Parlamento Latinoamericano. El chavismo por su parte sacó 5.077.043, una diferencia de apenas 191.896 votos, muy lejos de aquellas millonarias diferencias de hace apenas unos años. (ver CNE: http://www.cne.gob.ve/divulgacion_parlamentarias_2010/index.php?).
Por supuesto que este avance obedece a múltiples razones, de las que quiero citar apenas un manojo: la propia incompetencia de la gerencia gubernamental, la constante campaña sucia a través de la mayoría de los medios de comunicación nacionales e internacionales y, último pero no menos importante, la “tormenta perfecta”: la crisis mundial y la crisis energética interna. La primera hizo su parte en reducir la expectativa de consumo de petróleo, con el consecuente descenso en sus precios y luego en su producción como parte de los acuerdos de la OPEP para mantener los precios, lo que impactó lógicamente en la economía de un país monoproductor; y la segunda y más devastadora, la brutal crisis eléctrica que dejó sin energía a regiones enteras del país durante horas simultáneamente y sin aviso, que luego se prolongó durante casi un año de cortes “programados” o abruptos, interrumpiendo los procesos económicos y la vida cotidiana de millones de venezolanos. Con esto, lo sorprendente es que el chavismo haya sacado más votos de cualquier manera.
Sin embargo, me gustaría referirme a algo de lo que pocas veces se habla con propiedad, una elemento subyacente en nuestra clase media, esa frase que intenta definir ese baturrillo en el que usualmente nos incluimos nosotros mismos. Ese elemento es una mezcla de racismo con clasismo que resulta particularmente chocante en una sociedad tan mezclada, más étnica que socialmente, pero que indudablemente está presente. Para constatarlo, basta que visites una de las llamadas “redes sociales” en Internet o simplemente pongas en tu buscador “chavista”, “chavismo”, e incluso “Hugo Chávez”, y te aparecerá una lluvia de insultos de todo tipo, la mayoría de tipo racista. ¿Cómo explicar eso en una sociedad “multiétnica”? Basta con examinar un poco de pasado y un poco de presente:
Durante las décadas en que se formó esa clase asalariada que uno suele llamar clase media, se abandonó el campo, y con ello su modelo de vida basado en la modesta autosuficiencia producto del trabajo de la tierra; vino el boom petrolero y el modelo “saca petróleo-vende petróleo-compra-todo-lo-demás” con nuestros únicos “socios”: los EE.UU. Con el establecimiento de su modelo de consumo (para nosotros, claro, que no fabricábamos ni un tornillo e importábamos hasta la mayonesa) vino su modelo publicitario, de sustentar a la “prensa libre” por medio de anuncios pagados por los comerciantes y empresarios, primero en la prensa, luego en la radio y TV. Su “arquetipo” fue copiado en todo: los modelos caucásicos que nos vendían sus productos importados, las concesiones libérrimas que daba el Estado a las explotaciones petroleras y a las empresas que ocupaban el espectro radioeléctrico, etc. conformando desde el principio lo que hoy siguen siendo: guardianes de sus dueños, los cada vez más grandes empresarios. Ahora abre una revista “Estampas”, o su equivalente en “El Nacional”, y mira las características raciales de quienes hacen los innumerables anuncios comerciales que en esas revistas domingueras aparecen, o enciende la TV, o escucha de quiénes son las voces que te hablan en la radio, y cuáles son los “valores” que defienden. Ahora imagínate que eso es lo único que ves a lo largo de toda tu vida. Se hace tu modelo, la gente que aparece en los medios, es la que te acompaña cuando comes (tus padres trabajan o están separados) o cuando vas a dormir, la que muestra los productos que tu siempre has querido y no siempre pudiste tener, son tus dioses. Desde hace ya más de un siglo ese condicionamiento viene trabajando la mente de nuestra sociedad, convenciéndola de que su único valor es TENER, y para TENER hay que CONSUMIR. No importa cómo, si quieres ser alguien debes consumir ciertas cosas, ir a ciertos lugares, comentar ciertos programas de TV, etc. Mientras eso pasó y los cerros se llenaron de ranchos, la clase media idiotizada miraba para otro lado (seguramente a su televisor). Esto hace que me venga a la mente la imagen de los criaderos de pollos, donde para su más rápido engorde, les dejan las luces encendidas para que coman hasta que se rompan los picos día y noche. Cualquier parecido es una cruda realidad (recuerda los anuncios de Televentas de la madrugada), a nuestra sociedad le han suministrado un pienso barato a través de los medios para que su único fin y manera de trascender sea consumiendo, y así sienta que cualquier cosa que atente contra ese sistema de consumo irracional va contra su pequeño universo avícola. Pero ahora sucede otro fenómeno.
Según las propias cifras del Estado, la pobreza en Venezuela pasó de 60,94% en el primer semestre de 1997, a 28,50% en el segundo semestre de 2009 (http://www.ine.gov.ve/pobreza/Personas_Pobres.asp) Ahora, ¿dónde se fue esa gente que “dejó de ser pobre”? ¿se la llevaron los marcianos? Por supuesto que no: resulta que la Revolución Bolivariana es, evidentemente, la mayor productora de “clase media” de la historia nacional. Entonces, ¿cómo es posible que esta clase media no esté total e incondicionalmente con el proceso Bolivariano? En primer término, por el lavado de cerebro que expliqué anteriormente, pero evidentemente ello no es suficiente para entender cómo un enorme cúmulo de gente le da la espalda a su benefactor en favor de sus depredadores. Entre los tantos factores que seguramente intervienen, me gustaría resaltar uno, porque podemos cambiarlo: un errado enfoque de los mandos revolucionarios y de los medios que de ellos dependen hacia lo que se suele llamar clase media.
Creo que ni siquiera requieren un análisis mediano los medios de comunicación estatales, chavistas, para llegar a la conclusión de que se dedican a predicar entre conversos. Su lenguaje es de un convencimiento militante tan doctrinario (a la vez que ramplón), que debe provocar el rechazo de alguien menos convencido que un samurái kamikaze revolucionario. Este lenguaje traza una raya de un “nosotros” y un “ellos” que no deja lugar a dudas. Pero donde no hay duda tampoco suele haber razonamiento, y entre elegir entre los clichés revolucionarios ramplones, las canciones repetidas millón de veces de Alí Primera y los clichés mucho más atractivos del capitalismo consumista, no me cabe duda que nuestros atribulados y confundidos pollitos del consumismo se inclinarán hacia estos últimos, básicamente porque no les dejamos alternativa.
A diferencia de una guerra real, las batallas mediáticas son lo más parecido a las ventas, a vender un producto, y cliente muerto no paga. No puedes convertirlo en tu enemigo, cuando debe ser tu objetivo a ganar. El disociado clase media es tanto enemigo de la revolución como el que vende casabe en la esquina. Enemigos nuestros los monopolios, el Gobierno de EE.UU., las corporaciones expoliadoras y sus medios de comunicación, no sus víctimas. Tratar a los disociados como a nuestros enemigos tiene tanto sentido como criminalizar a los narcodependientes como si fuesen narcotraficantes. Entonces, lo primero que hay que aclarar en una guerra, cualquiera que esta sea, es cuál es el objetivo. Y en esta, para vencer al enemigo, tenemos que separar de ellos a quienes no lo son y convencerlos. Si no, se perdió la Revolución Bolivariana, por una ecuación muy sencilla: cada vez la clase media es mayor gracias al propio proceso revolucionario. Sin clase media, no hay revolución.
Entonces, el objetivo de los medios de comunicación socialistasno es glorificar a la revolución, ni mostrar sus logros, ni mostrar “la otra cara”… es hacer todo eso, pero con un objetivo: captar a una base cada vez mayor de la población para apoyar el desarrollo del proyecto socialista de inclusión y progreso para todos. Lo que me preocupa es, ¿qué vemos? Unos medios que glorifican a la revolución y a Chávez en términos grandilocuentes y chocantes, que hablan sólo para conversos, y, lo peor, que son ramplones, malos, flojos, aburridos, repetitivos, monótonos. Y si los matas de aburrimiento nuca vas a tener su atención. Y si no tienes su atención, no te escucharán. Y si no te escuchan, nunca van a cambiar su manera de pensar.
Se hace evidente que para poder vencer en esta batalla, que es una batalla de ideas, primero necesitamos captar la atención de nuestro objetivo, que no son los chavistas, sino quienes dudan o están opuestos al proceso aún en contra de sus propios intereses, que son millones. La frase de Fidel, tan repetida como olvidada en su importancia clave de que “no hay 4 millones de oligarcas” (y ahora cabe ajustar “ni cinco”) lamentablemente entró por un oído y salió por el otro, como decía mi maestra de primaria.
Por tanto, se necesita usar un lenguaje que llegue, y para ello hay que variar el método de la confrontación por el de la seducción. Hay que hablar un poco en términos de marketing, de ventas, que es el que ha escuchado nuestra sociedad toda la vida a través de los medios, hay que enviar un mensaje llamativo, alegre pero trascendente, que los identifique con nosotros, porque somos los mismos de hecho, y que permita que el mensaje socialista cale. Así, tanto la gran comunicación, como la pequeña guerrilla comunicacional que tantos hacemos de manera independiente por nuestros propios y limitados medios, deben obedecer al mismo objetivo: triunfar en la batalla comunicacional para ganar adeptos para la Revolución. Y esto solo será posible convenciendo. Tenemos argumentos de sobra, falta acomodar el “enfoque”.
Nuestra misión es sembrar una semilla de conciencia y abonarla con hechos e ideas, no esterilizar el sitio donde pueda crecer arrojando nuestros propios prejuicios.
Si están de acuerdo conmigo en lo anterior, entonces puede que te sean útiles algunas ideas para la batalla comunicacional:
Preparación: Estar bien documentado, saber escribir y expresarte, tener paciencia de santo y equilibrio entre convicciones y dudas. Quienes no tienen dudas son como los lemmigs, esos animalitos que migran y en su certeza de ir por un rumbo se lanzan por los precipicios. Tampoco la tuvieron quienes encendieron los hornos de Auschwitz , lanzaron napalm, o usan sierras eléctricas contra campesinos colombianos. Es decir, la duda nos hace humanos, la certeza absoluta, fachas.
Identifícate: No seas anónimo, que lo único que crece en la oscuridad son los monstruos. Que somos personas, que amamos, que queremos el bien común como seguramente lo creen los demás. Recuerda que el trabajo de la derecha ha sido pintarnos como los “otros”, los desdentados, focas, hordas, lumpen, etc., para hacernos DIFERENTES, para que sea imposible identificarse con nosotros, que es nuestro primer punto. (Igualito que han sembrado discordia entre los latinoamericanos para evitar la Unión).
Punto común: Algún punto en común tendrán contigo por muchas diferencias que manifiesten: alguna canción, libro, lugares, juegos, etc. Trata de hallarlo. Esto nos “humanizará”, bajo el concepto de “si le gusta Iron Maiden no puede ser tan malo” por ejemplo. Sustituye a Iron Maiden por películas de los Hermanos Marx, o ir a la playa, o comer chicharrón, yoga, etc.
No pelees: ¿De qué te sirve ganar una discusión y perder la venta? Trata de no discutir cosas subjetivas (opiniones, gustos, pareceres, etc.) sino objetivas (cifras, hechos, declaraciones, estadísticas de fuentes confiables)
Con más razón, ni insultes ni te dejes insultar. El insulto es el fracaso de la misión. Siempre hay quien “se enamora” de uno; con bloquearlo o no recibir sus mensajes tenemos.
Si los confundes, los pierdes: tienes que saber lo que dices. Debes saber expresarte, escribir bien, tener referencias, etc. No te metas en una discusión en que no estás seguro de manejar el tema, es preferible que admitas tu ignorancia sobre un punto particular y te abstengas de opinar hasta no tener información completa.
No intentes “convertir” a nadie. Eres un guerrillero comunicacional, no un evangelizador. Siembra la duda, proporciona información diferente, haz que el cerebro funcione, que se deshaga del cliché. Si logras nada más esto, anótalo como una impresionante victoria.
Ten ética. Todo esto se basa en que creemos que defendemos valores morales superiores a los del capitalismo consumista depredador. Si en la práctica la embarramos, ¿quién nos va a tomar en serio?
Acepta la crítica cuando sea legítima, y recuerda que estamos aquí no para rendir culto a la Revolución, sino para ponerla en tela de juicio.
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