Twitéalo

lunes, 22 de octubre de 2012

El negacionsmo criminal del "pasado mejor" en Venezuela

Parece ser que algunos venezolanos se han vuelto misteriosamente amnésicos, selectivamente desmemoriados ante el recuerdo de eventos y situaciones de un pasado relativamente reciente que pueda contradecir su “reconstrucción artística” de un “pasado feliz”, en la creencia de que el simlple hecho de adversar a Chávez transforma en próceres al batiburrillo político agrupado en camaleónicas organizaciónes caleidoscópicas, de nombres rimbombantes, intercambiando lugares, pero siempre son las mismas piedras de colores que, como en el juguete óptico, parecen cambiar según su movimiento e intensidad de la luz. Pero es sólo una ilusión, ya que como sabemos, las fantásticas figuras siempre son hechas con las mismas cuentas de colores. El símil fracasa en que el juguete es encantador. Según esta figuración se construye el temerario silogismo implicado en que como quienes adversan a Chávez tienen que ser valientes próceres inmaculados víctimas de todas las injusticias imaginables de persecución del “régimen”, y estos próceres son en casi su totalidad actores, títeres o titiriteros del país que precedió al recontramentado “régimen”, ergo ese pasado fue mejor, e incluso no sólo eso, sino “feliz”. Me parece casi demencial que aún con tanta evidencia histórica, física, documental e incluso la lógica más pueril a alguien se le pueda ocurrir en un delirio esquizofrénico que ese “pasado feliz” alguna vez existió. Bastaría, si alguien llegara de algún planeta lejano, que mirara los barrios que rodean a nuestras ciudades: es evidente que esos ranchos no se construyeron en los últimos 13 años. O ver los registros del Instituto Nacional de Estadística, de la Comisión Económica para América Latina, o leer algunos libros como “ La miseria en Venezuela” de Michel Chossudovsky de 1977. En la parte de “lógica pueril” podríamos mencionar que si ese “pasado mejor” hubiese sido real, ni el “Caracazo” de 1989 ni probablemente Chávez habrían llegado a “existir”, ya que no habrían sido “ necesarios”. Pero ante tanto delirio, me toca, como buen bloguero, ponerme un poco autobiográfico, con el permiso.

Nací en 1966 en la parroquia La Candelaria, en la que crecí en medio de lo que para la época se suponía que era la “clase media”, los comercios de los europeos peninsulares e isleños y el olor de castañas asadas en diciembre. Pero también teníamos una cloaca que corría bajo los puentes, Puente República y Puente Brión, y bajo este último vivía una familia entera en medio de la hediondez, a la que algún tiempo después se le fueron sumando otras. Recuerdo mi desconcierto infantil ante esa imagen brutal de unos niños famélicos y harapientos corriendo descalzos bajo el puente, a la orilla del pestilente torrente cloacal unos metros debajo del camino que llevaba a mi escuela. También teníamos a “pelo 'e coleto”, nuestro mendigo harapiento y descalzo, al que luego se le fueron sumando otros. Una vez, en Maripérez, jugando en el recreo en la “Domingo Faustino Sarmiento” se nos fue la pelota de goma por el agujero que hacía en la pared del patio la gente del barrio al otro lado para entrar a la escuela en busca de agua que no tenían. Yo fui a buscar la pelota y el espectáculo que vi no lo he olvidado hasta hoy: detrás del muro había unas míseras y rudimientarias construcciones de cartón a las que la palabra “rancho” les quedaba grande, entre restos de basura y la hediondez de las heces. Fue como cuando Siddartha vio a través del muro de su palacio. No imaginaba que existía ese mundo terrible de la miseria tan cerca de mí. Mi papá me contaba de su niñez de pobre en La Pastora o La Sabana del Blanco, pero eso no tenía nada qué ver con la violenta marginalización que se vino sobre nuestra sociedad bajo la “ democracia”. Lo peor de todo es que, entonces como ahora, buena parte de la clase media insistía en “mirar para otro lado”.

Pero esos “detalles” no fueron sino síntomas de una enfermedad mucho peor, que hubo de manifestarse poco después en violencia generalizada. De camino a la escuela fui atracado para quitarme un modesto reloj de cuerda en la entrada del Edificio Brión, luego otra vez cerca de Parque Central. Se metieron en nuestro apartamento alquilado y nos saqueron unos ladrones que se tomaron tiempo para llevarse hasta mi brújula de bolsillo que tenía en una gaveta “escondida”. Cuando pasa todo eso, no es más que mediados de los 70´s. Recuerdo también las manifestaciones estudiantiles, los “cascos blancos” de la PM que eran el terror de los jóvenes que entonces morían por sus balas. En mi casa se compraba el entonces izquierdista diario “El Nacional”, que comenzaba a finales de la década a reportar los primeros fines de semana de cien y más homicidios en Caracas. Sigo resumiendo, pero son tantas cosas que temo que esto me quede como la canción de Billy Joel “We didn't start the fire”. Mi hermana mayor durante años en el “Comité de Bachilleres sin cupo”, luego recibiendo clases en un galpón. Los ancianos brutalmente reprimidos por reclamar sus pensiones. Mi papá tuvo un accidente, sin dinero ni seguro para una clínica pasó más de un año sin ser operado, por lo que su lesión se agravó y padeció dolores el resto de su vida. Pasó meses en camillas en el Clínico, y luego en destartaladas “salas de recuperación” donde los acompañantes teníamos que dormir en el suelo. Pasó años luchando con la banca para la que trabajó toda su vida para conseguir su jubilación y sus prestaciones inútilmente, de las que además Petkoff le expropió la mayor parte con su nueva Ley del Trabajo de 1997 (aprobada en el Congreso por su entonces vicepresidente Ramón Guillermo Aveledo, hoy defensor de los derechos de los pobres, según). Al final, mi mamá se beneficia hoy de la pensión de sobreviviente gracias al gobierno de Chávez, mi papá nunca la pudo disfrutar. Esta “pequeña” tragedia familiar se enmarca, por supuesto, en la inmensa tragedia nacional que se escenificaba: la crisis económica de los 80 con su viernes negro de febrero de 1983, cuando se derrumbó la burbuja de bienestar rentista y caímos en la espiral inflacionaria que todavía hoy padecemos, el sinestro “Caracazo” cuando el Ejecutivo le ordenó al Ejército disparar contra una multitud de hambrientos y desharrapados mientras, como hoy, la clase media “miraba para otro lado”. Las noches caraqueñas estaban “musicalizadas” con el sonido del plomo. Luego, la crisis de los 90, la quiebra bancaria del 94, cuando el Ejecutivo toma la “brillante” decisión de dar dinero a los bancos culpables de malos manejos y negárselo a los ahorristas, inocentes de toda culpa. El previsible resultado, fuga masiva de capitales y personas, incluyéndome a mi, que huí de un país sin futuro, bueno, sin futuro para mí, pero con gran futuro para los Zuloaga, Mezerhane, Brillembourg, Capriles, etc., supongo. Sobre todo recuerdo la opresiva certeza de no tener futuro. Los jóvenes de hoy por muy alienados que estén no podrían ni imaginarlo.

Profundamente incrédulo en que nada ni nadie pudiera sacar a este país del rumbo de colisión que llevaba, miré con exceptiscismo al movimiento de Chávez. Para colmo, sólo podía ver las noticias a través de los diarios y de la incipiente internet. Luego en Venezuela me toca vivir algo parecido a lo que contaba Carola Chávez en su libro “¡Qué pena con ese señor!”: un país donde todos se han vuelto locos y resulta que ahora los del “caracazo”, la crisis bancaria, el “estamos mal pero vamos bien” eran los “buenos de la partida”. Yo no entendía nada, pero luego del 11 de abril de 2002 me quedó clarísimo quiénes eran la amenaza, los violentos, y sin duda, los neonazis: recuerdo los motocicistas con sus Harleys tirándole botellas a los comercios que seguían abiertos durante el “ paro cívico”, las “guarimbas” en Chacao y Baruta que protegidas y apoyadas por sus policías municipales me impedían visitar a mi hijo recién nacido con barricadas y sus actitudes tipo KKK, las “ circulares” que pasaban en los edificios diciendo que teníamos que poner carteles en los carros porque algunos de nuestros vecinos iban a apostarse armados en las azoteas dispuestos a abrir fuego contra cualquier vehículo “sospechoso” de llevar una “invasión chavista”. Mi papá pasó casi sin dormir desde la mañana del 11 de abril de 2002 hasta que Chávez regresó 48 horas después. En ese tiempo supimos de familiares y amigos perseguidos por el “nuevo régimen”, vi la más asquerosa manipulación y desprecio por la democracia en los medios, cómo Direct TV sacó del aire a Caracol Radio cuando reportaba que los chavistas estaban retomando Miraflores, etc., etc. Mi papá preocupado, llamaba, recibía noticias, miraba incrédulo la tele, hasta que la llegada del helicóptero con Chávez a Miraflores dijo que la fiesta de los chivos había terminado. Entonces por fin se fue a dormir. Murió diez días después, sin haber logrado aún cobrar la pensión de un banco que estafó a miles de personas y que había sido premiado como muchos con un auxilio financiero millonario por el Gobierno de Caldera. La misma historia, con algunos matices, podemos ver que se repite en EE.UU. o Europa, donde miles se ven privados también de cada vez más cosas, la educación, la salud, las pensiones e incluso su hogares y ahorros, todo se lo llevan los bancos y los políticos que son sus títeres.

Considero que no sólo aprendí una lección a nivel personal, sino que la historia nos enseña, y que el presente nos enseña que no hay sociedad posible “ feliz” bajo el embrujo neoliberal. Y que es homicidio culposo mirar para otro lado, como hicimos en 1989, y permitir que retornen los saqueadores a Venezuela, o hacerse los locos con lo que hacen en España, EE.UU., Palestina o dondequiera que se cometan atrocidades o se incuben.

No sólo no hubo tal “ pasado feliz”, sino que su suposición es tan criminal para nosotros como para los judíos la negación del genocidio nazi, o para cualquier ser humano el genocidio de los aborígenes americanos por los europeos y sus descendientes, o del que hoy se comete contra el pueblo palestino, etc. Negar que hubo un “Caracazo” es mucho más que un “inocente” maquillaje histórico, es la justificación de la masacre, igual que “matizar” que no hubo golpe en el 2002 sino “ vacío de poder” es justificar la tiranía.

Los medios dominados por los grandes capitales suelen escandalizarse cuando alguien incurre en lo que llos llaman la “negación del holocausto judío”. El diccionario de la RAE nos indica en “Holocausto: Gran matanza de seres humanos”. ¿Es que acaso eso no fue “el Caracazo”, es que acaso eso no es lo que hace el capitalismo en el mundo? ¿Acaso no es igualmente sospechoso negar ese hecho? Reconstruir el pasado, lejos de un acomodaticio ejercicio escapista de cierta clase media, es “servirle la mesa” a la tiranía, la injusticia, la brutalidad e incluso el genocidio. Así que como decían nuestros compatriotas en tiempo delirantes, ¡prohibido olvidar!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas populares